El mayor de todos los misterios es
el hombre.
Sócrates.
En un blog de contenido filosófico deben tener una
presencia importante, como es lógico, filósofos ilustres. Por fortuna, la obra
filosófica a la que tenemos acceso en la actualidad, es pródiga en numerosos
ejemplos al respecto y alguno, como Séneca, ya ha hecho acto de presencia desde
el comienzo, en este sueño que llamamos Gaudium. Pero si hiciésemos una
encuesta entre todas las personas que tienen interés en este campo, acerca de
cuál sería en su opinión el arquetipo del filósofo en la historia de la
humanidad, seguramente el nombre que saldría elegido por amplia mayoría sería
el de Sócrates.
En el 420 a.C., Sócrates tiene cincuenta años. Su amigo
Querefonte es designado por la ciudad de Atenas, para conducir el cortejo que
va a consultar al Oráculo de Delfos en nombre de la ciudad. Querefonte
aprovecha la ocasión para preguntar al oráculo sobre algo que le preocupa desde
hace tiempo: ¿Quién es el hombre más sabio de Atenas? El oráculo responde:
“Sabio es Sófocles, más sabio es Eurípides, de todos los hombres el más sabio
es Sócrates”. La respuesta es inscrita en las tablas de Delfos, el santuario
del dios Apolo.
Cuando Sócrates es informado al respecto, no se lo puede
creer. Por otra parte, sabe que los
dioses no pueden equivocarse. Se trata entonces de comprender su mensaje.
Después de profundas reflexiones, decide salir a la calle e interrogar a
aquellos hombres que son tenidos por los más sabios en sus campos de acción.
Pregunta al juez por la naturaleza de la verdad, al militar por el valor, al
artista por la belleza, al amante por el amor,… Sócrates busca definiciones
fecundas, lo que equivale a buscar la esencia de las cosas, aquello que está
más allá de las apariencias con las que éstas se presentan ante nuestros
sentidos.
Y pronto se da cuenta de la inconsistencia argumental de
sus ciudadanos, que se vienen rápidamente abajo ante la agudeza de su
interrogatorio. Sócrates se da cuenta de que el dios acierta una vez más.
Él es el más sabio de su época, porque
es consciente de su ignorancia; los demás creen que saben, pero su saber no es
real.
La época de Sócrates es también la del movimiento sofista.
Los sofistas eran una suerte de profesores ambulantes, muy hábiles en el
ejercicio de la retórica, que deambulaban por Grecia enseñando a los jóvenes de
las mejores familias. Uno de los aspectos más llamativos de este movimiento, es
que cobraban por enseñar, algo inusitado para la Grecia de aquellos días. Pero
sin duda, lo que más les define, es que formaban a los jóvenes para triunfar
socialmente, sin importar el medio a utilizar. No les interesa la búsqueda de
la verdad, ni creen en ella.
Contra ellos va a luchar Sócrates. Allí donde había un
sofista haciendo un ejercicio de retórica (hoy diríamos “soltando un
discurso”), allí aparecía Sócrates. La técnica que utiliza es muy sencilla;
simplemente les interrumpe con preguntas acerca de lo que están diciendo,
logrando con gran habilidad desmontar sus elaborados discursos. Con el tiempo,
llegan a temerle y… ¡a odiarle!.
Uno de los aspectos más llamativos de este hombre sin par,
es que decía que tenía un “daimon”, que le hablaba y corregía. El término
demonio, para los griegos del siglo V a.C., tiene un significado muy distinto
del actual, teñido por la ideología cristiana. En el caso que nos ocupa, se
trata de un genio inspirador, que si bien no le dice lo que tiene que hacer, si
le corrige cuando sigue un criterio errado. Al respecto, se cuenta la siguiente
anécdota: cierta vez que Sócrates iba por la ciudad hacia su casa, su daimon le
dijo que no fuese por una de las calles habituales. Como Sócrates siempre le
obedecía, así lo hizo. Días después se enteró que algunos de sus enemigos le
tenían preparada una encerrona para darle una paliza.
Sócrates tuvo muchos discípulos; algunos de ellos, figuran
entre los personajes más famosos de su época: Platón, Jenofonte, Alcibíades,…;
incluso se desplazaban de otras ciudades para conocerle y seguirle. Hijo de un
escultor y una comadrona, siempre decía que su función como formador de
jóvenes, se parecía mucho a la de su madre; pues, de la misma manera que ella
ayudaba en el parto a dar a luz a un nuevo ser, él buscaba dar a luz, es decir,
despertar la conciencia de cada uno de sus discípulos. No les daba nada, antes
bien buscaba a través de sus preguntas, que ellos llegasen a la verdad por sí
mismos. La verdad ya está en nuestro interior, tan sólo tenemos que volver a
recordar…
Aquellos que no le soportaban, lograron al fin encausarle
y que el jurado le condenase a muerte. Rodeado de sus discípulos, les dejó las
mejores enseñanzas en ese momento póstumo. Se negó a escapar, y no dejó de
enseñar hasta el último aliento.
Quien esto escribe, se acerca a veces a la televisión,
para seguir alguna tertulia; a veces de contenido político y a veces deportivo.
Por regla general, suelo abandonarla al poco tiempo, pues por mi forma de ser,
no soporto que hablen (cuando no gritan), varios al mismo tiempo.
El mundo griego en general, y Sócrates en particular, nos
han dejado un legado: el diálogo. Aceptar el diálogo es asumir la posibilidad de dirigirse
hacia un camino común, a través de caminos diferentes. Se trata de compartir
una presencia invisible entre dos personas, porque la verdad surge entre
aquellos que están dialogando. Es el viejo arte del maestro, el inventor de la
dialéctica: el arte de hacer dialogar dos discursos aparentemente
contradictorios, para llegar a una verdad superior.
Manuel Ures, Ldo. en Filosofía
Me encanto tu articulo, no sabia esas cosas de Socrates que por cierto es uno de mis filosofos favoritos.
ResponderEliminarDiría muchísimas cosas, pues considero que Sócrates es muy importante, tan importante, que el mundo no ha avanzado, desde Sócrates no se avanzo nada, y actualmente no se entiende su mensaje.Reconoicer que no sabes nada por saber cual es su verdadera naturaleza, le hace el mas sabio. Sabe lo que es, y eso es saber mucho, pero sabe que le queda un inmenso camino que recorrer desde la verdad de su verdadera naturaleza. Lo hace genial, desde el razonamiento y a través del dialogo. No son discursos, no son sofistas, es saber razonar y mantener un razonamiento que sustente una verdad.
ResponderEliminarel mejor
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