jueves, 8 de agosto de 2013

Sócrates, el arquetipo del filósofo.


El mayor de todos los misterios es el hombre.
Sócrates.

En un blog de contenido filosófico deben tener una presencia importante, como es lógico, filósofos ilustres. Por fortuna, la obra filosófica a la que tenemos acceso en la actualidad, es pródiga en numerosos ejemplos al respecto y alguno, como Séneca, ya ha hecho acto de presencia desde el comienzo, en este sueño que llamamos Gaudium. Pero si hiciésemos una encuesta entre todas las personas que tienen interés en este campo, acerca de cuál sería en su opinión el arquetipo del filósofo en la historia de la humanidad, seguramente el nombre que saldría elegido por amplia mayoría sería el de Sócrates.

En el 420 a.C., Sócrates tiene cincuenta años. Su amigo Querefonte es designado por la ciudad de Atenas, para conducir el cortejo que va a consultar al Oráculo de Delfos en nombre de la ciudad. Querefonte aprovecha la ocasión para preguntar al oráculo sobre algo que le preocupa desde hace tiempo: ¿Quién es el hombre más sabio de Atenas? El oráculo responde: “Sabio es Sófocles, más sabio es Eurípides, de todos los hombres el más sabio es Sócrates”. La respuesta es inscrita en las tablas de Delfos, el santuario del dios Apolo.

Cuando Sócrates es informado al respecto, no se lo puede creer.  Por otra parte, sabe que los dioses no pueden equivocarse. Se trata entonces de comprender su mensaje. Después de profundas reflexiones, decide salir a la calle e interrogar a aquellos hombres que son tenidos por los más sabios en sus campos de acción. Pregunta al juez por la naturaleza de la verdad, al militar por el valor, al artista por la belleza, al amante por el amor,… Sócrates busca definiciones fecundas, lo que equivale a buscar la esencia de las cosas, aquello que está más allá de las apariencias con las que éstas se presentan ante nuestros sentidos.

Y pronto se da cuenta de la inconsistencia argumental de sus ciudadanos, que se vienen rápidamente abajo ante la agudeza de su interrogatorio. Sócrates se da cuenta de que el dios acierta una vez más. Él  es el más sabio de su época, porque es consciente de su ignorancia; los demás creen que saben, pero su saber no es real.

La época de Sócrates es también la del movimiento sofista. Los sofistas eran una suerte de profesores ambulantes, muy hábiles en el ejercicio de la retórica, que deambulaban por Grecia enseñando a los jóvenes de las mejores familias. Uno de los aspectos más llamativos de este movimiento, es que cobraban por enseñar, algo inusitado para la Grecia de aquellos días. Pero sin duda, lo que más les define, es que formaban a los jóvenes para triunfar socialmente, sin importar el medio a utilizar. No les interesa la búsqueda de la verdad, ni creen en ella.

Contra ellos va a luchar Sócrates. Allí donde había un sofista haciendo un ejercicio de retórica (hoy diríamos “soltando un discurso”), allí aparecía Sócrates. La técnica que utiliza es muy sencilla; simplemente les interrumpe con preguntas acerca de lo que están diciendo, logrando con gran habilidad desmontar sus elaborados discursos. Con el tiempo, llegan a temerle y… ¡a odiarle!.

Uno de los aspectos más llamativos de este hombre sin par, es que decía que tenía un “daimon”, que le hablaba y corregía. El término demonio, para los griegos del siglo V a.C., tiene un significado muy distinto del actual, teñido por la ideología cristiana. En el caso que nos ocupa, se trata de un genio inspirador, que si bien no le dice lo que tiene que hacer, si le corrige cuando sigue un criterio errado. Al respecto, se cuenta la siguiente anécdota: cierta vez que Sócrates iba por la ciudad hacia su casa, su daimon le dijo que no fuese por una de las calles habituales. Como Sócrates siempre le obedecía, así lo hizo. Días después se enteró que algunos de sus enemigos le tenían preparada una encerrona para darle una paliza.

Sócrates tuvo muchos discípulos; algunos de ellos, figuran entre los personajes más famosos de su época: Platón, Jenofonte, Alcibíades,…; incluso se desplazaban de otras ciudades para conocerle y seguirle. Hijo de un escultor y una comadrona, siempre decía que su función como formador de jóvenes, se parecía mucho a la de su madre; pues, de la misma manera que ella ayudaba en el parto a dar a luz a un nuevo ser, él buscaba dar a luz, es decir, despertar la conciencia de cada uno de sus discípulos. No les daba nada, antes bien buscaba a través de sus preguntas, que ellos llegasen a la verdad por sí mismos. La verdad ya está en nuestro interior, tan sólo tenemos que volver a recordar…

Aquellos que no le soportaban, lograron al fin encausarle y que el jurado le condenase a muerte. Rodeado de sus discípulos, les dejó las mejores enseñanzas en ese momento póstumo. Se negó a escapar, y no dejó de enseñar hasta el último aliento.

Quien esto escribe, se acerca a veces a la televisión, para seguir alguna tertulia; a veces de contenido político y a veces deportivo. Por regla general, suelo abandonarla al poco tiempo, pues por mi forma de ser, no soporto que hablen (cuando no gritan), varios al mismo tiempo.

El mundo griego en general, y Sócrates en particular, nos han dejado un legado: el diálogo. Aceptar el diálogo es asumir la posibilidad de dirigirse hacia un camino común, a través de caminos diferentes. Se trata de compartir una presencia invisible entre dos personas, porque la verdad surge entre aquellos que están dialogando. Es el viejo arte del maestro, el inventor de la dialéctica: el arte de hacer dialogar dos discursos aparentemente contradictorios, para llegar a una verdad superior.

Manuel Ures, Ldo. en Filosofía

3 comentarios:

  1. Me encanto tu articulo, no sabia esas cosas de Socrates que por cierto es uno de mis filosofos favoritos.

    ResponderEliminar
  2. Diría muchísimas cosas, pues considero que Sócrates es muy importante, tan importante, que el mundo no ha avanzado, desde Sócrates no se avanzo nada, y actualmente no se entiende su mensaje.Reconoicer que no sabes nada por saber cual es su verdadera naturaleza, le hace el mas sabio. Sabe lo que es, y eso es saber mucho, pero sabe que le queda un inmenso camino que recorrer desde la verdad de su verdadera naturaleza. Lo hace genial, desde el razonamiento y a través del dialogo. No son discursos, no son sofistas, es saber razonar y mantener un razonamiento que sustente una verdad.

    ResponderEliminar

Te invito a que comentes este artículo. Gracias.