El
que conoce a los demás es inteligente.
El
que se conoce a sí mismo es iluminado.
El
que vence a los demás es fuerte.
El
que se vence a sí mismo es la fuerza.
Lao
Tse. “Tao Te King”.
En
mi primer artículo del blog, el títulado Gaudium, aludí al hecho de que todo
ser humano porta un alma filosófica. Un alma que se cuestiona acerca de los
grandes interrogantes de la existencia: de dónde vengo, a dónde voy, quién soy,
qué hay después de la muerte, si existe Dios,… En este artículo quiero
detenerme en la que es probablemente, la más importante de todas; me refiero a
la posibilidad de conocerse uno a sí mismo, de ser capaz de responder a la pregunta: ¿quién soy?
Si,
como parece, cada cultura o forma civilizatoria, pone su acento en un área del
quehacer humano, es fácil ver que la civilización occidental ha puesto todos
sus esfuerzos, toda su atención, en la visión científica de la Naturaleza.
Para
buscar respuesta a la pregunta que da fundamento al presente artículo,
difícilmente será la visión actual que tenemos del hombre en nuestra cultura la
que podrá satisfacer nuestras inquietudes, pues su enfoque está básicamente y
desde hace ya bastante tiempo, centrada en el aspecto material de la Vida. Es
preciso por tanto, investigar en otro lugar.
Varias
son las formas civilizatorias que han profundizado con éxito en el misterio del
ser humano, y tiempo habrá de acercarnos a ellas. Hoy vamos a viajar a la lejana India; pues desde su
glorioso pasado ha llegado hasta nuestros días, una concepción del ser humano
capaz de responder con rigor y precisión a ese gran interrogante de nuestra
existencia.
Su
visión del ser humano es septenaria, es decir, concibieron al hombre como un ser capaz de expresarse a través de
siete planos.
Comenzando por el más material de todos y siendo cada uno de una naturaleza más sutil que el anterior, serían los siguientes…
Comenzando por el más material de todos y siendo cada uno de una naturaleza más sutil que el anterior, serían los siguientes…
Stula sharira: es el vehículo físico; aquello que podemos ver y tocar. Con sus órganos, sistemas y aparatos es, para muchas personas y debido al materialismo de la época en que vivimos, lo único que conciben. Algunos filósofos griegos, pertenecientes a la época presocrática, llamaron a esta expresión, elemento tierra.
Prana
sharira: es el vehículo energético; capaz de absorber, como si de una esponja
se tratara, de la fuente inagotable que hay a nuestro alrededor una parte, para
vitalizar el vehículo físico y que éste pueda realizar sus funciones. Tiene sus
propios órganos, conocidos como chakras, actualmente muy de moda en las
llamadas medicinas alternativas. Los filósofos griegos le llamaban elemento agua.
Linga
sharira: es el vehículo emocional, a través del cual expresamos nuestras
alegrías y tristezas, así como también nuestros arrebatos de ira y nuestros
momentos de melancolía. Los griegos le llamaban elemento aire.
Kama-manas:
es el vehículo mental, pero una mente egoísta, enfocada hacia lo concreto y
hacia el sí mismo. Para los griegos, elemento fuego.
Veremos
en su momento, cómo esta antigua civilización, hacía partícipe a estos cuatro
cuerpos que acabo de enumerar, de la parte efímera del ser humano. Por el
contrarío, aludía asismismo a una parte eterna y permanente en el mismo, no
sujeta al desgaste del factor tiempo. Dicha parte estaría estructurada por tres
aspectos más que serían…
Manas:
la mente superior, la parte inegoísta de la misma, la que es capaz de concebir
los más grandes ideales y las más profundas abstracciones filosóficas; su
centro de atención no es tanto el hombre cuanto el Universo entero.
Budhi:
el vehículo luminoso, capaz de una comprensión directa de las cosas sin
necesidad de usar las estructuras lógicas del razonamiento mental.
Atma:
la chispa divina en el hombre y la sede de su Poder y Voluntad.
De
la visión anterior del ser humano, se deduce fácilmente la existencia de varios
“yo” en el mismo. Habría un “yo físico”
(stula sharira y prana sharira), un “yo animal” (linga sharira), un “yo mental”
(kama-manas) y un “yo espiritual”. Cada uno con sus propios objetivos.
Simplificando tan apasionante tema, podríamos decir que el “yo físico” busca
comer y descansar, el “yo animal” el placer, el “yo mental” fantasear y
reflexionar sobre los campos personales de interés, mientras el “yo espiritual”,
en los breves momentos que le permitimos expresarse, tiende a evocar ante
nosotros los más grandes ideales de realización que seamos capaces de concebir.
Un
apasionante ejercicio de reflexión que hace a menudo el que esto escribe y que
desde estas líneas quiero proponer a los amables lectores de este artículo, es
el siguiente: cuando una parte de ti quiere algo, ¿cuál de los “yo” es el que te
lo está pidiendo?
Dicen
que el hombre es un microcosmos hecho a imagen y semejanza del macrocosmos que
nos rodea. De ser así bastaría, como decían los sabios de la Antigua India, con
conocernos a nosotros mismos para conocer todos los misterios de la creación.
Se requiere para ello un trabajo permanente de atención y reflexión, para ir
viendo con qué parte de nosotros mismos tenemos tendencia a identificarnos. La
búsqueda de perfección debería llevarnos a ir dando preponderancia, cada vez
más, a las llamadas del “Yo Superior”.
Como
solía escribirse en el frontispicio de los antiguos templos… nosce te ipsum, ¡Conócete a ti mismo!
Manuel
Ures, Ldo. en Filosofía
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