La del título es, tal vez, la
pregunta que más veces creo haber escuchado en mi ya largo recorrido por la
vida, cuando alguien que se confiesa ateo, argumenta para justificar su no
creencia en ese ser superior, al que solemos llamar Dios.
Considerando la actual situación
a nivel mundial, tal vez una de las peores que recuerda la historia de la
humanidad, y teniendo en cuenta que
todos los indicios parecen dar a entender que en vez de mejorar, probablemente
empeore todavía más; el argumento que acabo de exponer, debería cobrar todavía
más fuerza.
Entonces, ¿nos hemos quedado los
que tenemos una convicción profunda de la existencia de Dios, sin razones que
exponer en la defensa de nuestros ideales? ¿Habremos de rendir la plaza, ante
la evidencia de los argumentos sobre la marcha del mundo?
Vamos a ver que no es así.
Siempre me llamó mucho la
atención, que los que así hablan, sean los primeros en defender su libertad a
la hora de tomar decisiones. La proclaman a voz en grito e incluso muchos de
entre ellos, darían su vida por defenderla. Es además, un basamento de la
concepción política que llamamos democracia, que impera como modelo de referencia en este momento
histórico, en la mayor parte de los estados del planeta.
Entonces, si proclamamos la
libertad como el primero de nuestros valores en el actual modelo de sociedad,
¿no estaremos al mismo tiempo poniendo de manifiesto el principal argumento de
la existencia de Dios?
Me explicaré.
Estoy convencido que en lo más
profundo de todo ser humano, hay una intuición de esa verdad, de ese misterio
que nos alienta, y que es principio y final de todo lo manifestado. La
evolución de cada ser vendría señalada, en cierta manera, por su capacidad
creciente de comprenderlo y de poderlo expresar. Si con mis torpes palabras me
atreviese a señalar a mis amables lectores, sus características principales,
diría que la Naturaleza en todas sus expresiones, es aquello que nos debe
servir de inspiración para poder vislumbrarlo, aunque no sea más que en una
pequeña medida. Es por ello que los más grandes filósofos que en el mundo han
sido, los personajes más grandes que vinieron a impulsar las religiones
(avataras), siempre la han tomado como fundamento para sus lecciones, para sus
parábolas y enseñanzas.
Y esa Naturaleza que es, como
acabo de señalar, su expresión más tangible, está sujeta a leyes. No es un ente
desordenado y caótico; por el contrario, está perfectamente pensado y sabe a
dónde va. Es eso a lo que llamamos evolución; aunque en otras culturas ha sido
expresado como Tao, Dharma, Sadana, etc. Y porque está ordenado, es por lo que
existe la Ciencia.
Volviendo de nuevo a la razón de
ser de nuestro artículo. Todos los que somos padres, sabemos que en el período
de crecimiento de nuestros hijos, hay un momento en el que hay que soltarlos de
la mano. Nosotros sabemos que se van a caer, que se van a hacer daño; pero
sabemos también que es fundamental para su crecimiento, para su progresión en
la vida. Evidentemente, antes de hacerlo, le hemos “llenado” la cabeza de
buenos consejos: no corras, cuidado no tropieces, por ahí no vayas, eso no lo
toques,...; es decir, en cierta manera y salvando las distancias, hacemos de
avataras para nuestros hijos.
Evidentemente el niño se va a
caer y a hacer daño. ¿Y se han fijado mis lectores de a quién le echa la culpa?
Pues al suelo, a la piedra, a la rama, al objeto caliente,... La culpa nunca,
nunca, nunca, es suya; siempre es de aquello que no es él.
Los seres humanos somos pasajeros
en un gran barco que sabe a dónde va. El barco llegará a su destino, pues ya
está previsto en la Mente Cósmica desde el principio de los tiempos. Dentro de
ese barco, tenemos nuestra libertad, que no es muy grande pero que es... ¡la
que nos corresponde! Podemos estar en proa o en popa, estar en cubierta o bajar
a la sala de máquinas. No es algo estático, es un poder creciente que vamos
ampliando con el dominio que logremos sobre nosotros mismos.
Con esa libertad, podemos acertar
o equivocarnos. Es nuestro derecho y también nuestra responsabilidad. Cuando
los que se equivocan son muchos, la suma colectiva da como resultado, una
situación tan deplorable como la actual.
Asumamos nuestra responsabilidad
y pongamos todo lo que podamos de nuestra parte, para que ese mundo que
queremos, que necesitamos y que soñamos pueda ser construído. Y no seamos como
el niño pequeño que poníamos antes como ejemplo, el cual después de
equivocarse, le echaba la culpa siempre a los demás. Todos tenemos nuestra
cuota de participación en el estado actual de las cosas. Dejemos de quejarnos y
comencemos a trabajar. ¡Es una imperiosa necesidad!
Manuel Ures. Ldo. en Filosofía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te invito a que comentes este artículo. Gracias.