domingo, 10 de agosto de 2014

Si existe Dios, ¿por qué hay tanta maldad y tanto dolor en el mundo?


La del título es, tal vez, la pregunta que más veces creo haber escuchado en mi ya largo recorrido por la vida, cuando alguien que se confiesa ateo, argumenta para justificar su no creencia en ese ser superior, al que solemos llamar Dios.

Considerando la actual situación a nivel mundial, tal vez una de las peores que recuerda la historia de la humanidad,  y teniendo en cuenta que todos los indicios parecen dar a entender que en vez de mejorar, probablemente empeore todavía más; el argumento que acabo de exponer, debería cobrar todavía más fuerza.

Entonces, ¿nos hemos quedado los que tenemos una convicción profunda de la existencia de Dios, sin razones que exponer en la defensa de nuestros ideales? ¿Habremos de rendir la plaza, ante la evidencia de los argumentos sobre la marcha del mundo?

Vamos a ver que no es así.

Siempre me llamó mucho la atención, que los que así hablan, sean los primeros en defender su libertad a la hora de tomar decisiones. La proclaman a voz en grito e incluso muchos de entre ellos, darían su vida por defenderla. Es además, un basamento de la concepción política que llamamos democracia, que impera como  modelo de referencia en este momento histórico, en la mayor parte de los estados del planeta.

Entonces, si proclamamos la libertad como el primero de nuestros valores en el actual modelo de sociedad, ¿no estaremos al mismo tiempo poniendo de manifiesto el principal argumento de la existencia de Dios?

Me explicaré.

Estoy convencido que en lo más profundo de todo ser humano, hay una intuición de esa verdad, de ese misterio que nos alienta, y que es principio y final de todo lo manifestado. La evolución de cada ser vendría señalada, en cierta manera, por su capacidad creciente de comprenderlo y de poderlo expresar. Si con mis torpes palabras me atreviese a señalar a mis amables lectores, sus características principales, diría que la Naturaleza en todas sus expresiones, es aquello que nos debe servir de inspiración para poder vislumbrarlo, aunque no sea más que en una pequeña medida. Es por ello que los más grandes filósofos que en el mundo han sido, los personajes más grandes que vinieron a impulsar las religiones (avataras), siempre la han tomado como fundamento para sus lecciones, para sus parábolas y enseñanzas.

Y esa Naturaleza que es, como acabo de señalar, su expresión más tangible, está sujeta a leyes. No es un ente desordenado y caótico; por el contrario, está perfectamente pensado y sabe a dónde va. Es eso a lo que llamamos evolución; aunque en otras culturas ha sido expresado como Tao, Dharma, Sadana, etc. Y porque está ordenado, es por lo que existe la Ciencia.

Volviendo de nuevo a la razón de ser de nuestro artículo. Todos los que somos padres, sabemos que en el período de crecimiento de nuestros hijos, hay un momento en el que hay que soltarlos de la mano. Nosotros sabemos que se van a caer, que se van a hacer daño; pero sabemos también que es fundamental para su crecimiento, para su progresión en la vida. Evidentemente, antes de hacerlo, le hemos “llenado” la cabeza de buenos consejos: no corras, cuidado no tropieces, por ahí no vayas, eso no lo toques,...; es decir, en cierta manera y salvando las distancias, hacemos de avataras para nuestros hijos.

Evidentemente el niño se va a caer y a hacer daño. ¿Y se han fijado mis lectores de a quién le echa la culpa? Pues al suelo, a la piedra, a la rama, al objeto caliente,... La culpa nunca, nunca, nunca, es suya; siempre es de aquello que no es él.

Los seres humanos somos pasajeros en un gran barco que sabe a dónde va. El barco llegará a su destino, pues ya está previsto en la Mente Cósmica desde el principio de los tiempos. Dentro de ese barco, tenemos nuestra libertad, que no es muy grande pero que es... ¡la que nos corresponde! Podemos estar en proa o en popa, estar en cubierta o bajar a la sala de máquinas. No es algo estático, es un poder creciente que vamos ampliando con el dominio que logremos sobre nosotros mismos.

Con esa libertad, podemos acertar o equivocarnos. Es nuestro derecho y también nuestra responsabilidad. Cuando los que se equivocan son muchos, la suma colectiva da como resultado, una situación tan deplorable como la actual.

Asumamos nuestra responsabilidad y pongamos todo lo que podamos de nuestra parte, para que ese mundo que queremos, que necesitamos y que soñamos pueda ser construído. Y no seamos como el niño pequeño que poníamos antes como ejemplo, el cual después de equivocarse, le echaba la culpa siempre a los demás. Todos tenemos nuestra cuota de participación en el estado actual de las cosas. Dejemos de quejarnos y comencemos a trabajar. ¡Es una imperiosa necesidad!



Manuel Ures. Ldo. en Filosofía.

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